En tiempos donde la Argentina atraviesa una crisis económica, sociales e institucionales sin precedentes,hay algo que no deja de sorprender: Guillermo Michel, sin ser humorista, sin tener chispa, sin manejar la ironía ni el arte de la palabra, se ha transformado —paradójicamente— en el principal generador de risas del electorado.
Basta mirar las reacciones a sus declaraciones en redes sociales: más de 120 personas usaron la reacción de carcajada frente a un posteo donde Michel intenta, con toda la seriedad que le permite su papel de operador judicial y aduanero, instalar que “el peronismo tiene un rol central en la reconstrucción del país”. La contradicción entre su pasado y esa afirmación genera un efecto automático: risa.


Y no es cualquier tipo de risa. Es esa que aparece cuando el absurdo supera la capacidad de indignación. Michel es el candidato que provoca cosquillas institucionales. No conmueve, no moviliza, no persuade: hace reír. Y eso, en un país golpeado, puede parecer un bálsamo. Pero cuidado: lo que hoy parece chiste, mañana puede transformarse en amenaza.
Porque detrás de la risa, Michel carga con un prontuario político y judicial que genera más miedo que gracia. Ha sido señalado por Elisa Carrió como partícipe de operaciones de apriete contra funcionarios nacionales, como el exministro de Economía, Martín Guzmán. Tiene vínculos con operadores de inteligencia, con negocios millonarios desde la Aduana, con manejos oscuros de fondos y con estructuras de poder ligadas al espionaje, al apriete y a la impunidad.
Michel no tiene carisma. Pero sí tiene una maquinaria aceitada de negocios, amenazas y protección. Su candidatura no entusiasma, pero impone. Es el típico caso del candidato que no enamora, pero se impone desde las sombras.
Por ahora, el pueblo se ríe. Pero conviene recordar que muchas tragedias empezaron como comedias mal entendidas.